El término Revolución rusa agrupa todos los sucesos que
condujeron al derrocamiento del régimen zarista y a la instauración preparada
de otro, leninista, a continuación, entre febrero y octubre de 1917. En gran
medida inducida por la Primera Guerra Mundial, la Revolución rusa fue un
acontecimiento decisivo y fundador del "corto siglo XX" abierto por
el estallido del macroconflicto europeo en 1914 y cerrado en 1991 con la
disolución de la Unión Soviética. Objeto de simpatías y de inmensas esperanzas
por unos, también ha sido objeto de severas críticas, de miedos y de odios
viscerales. Sigue siendo uno de los acontecimientos más estudiados y más
apasionadamente discutidos de la historia contemporánea.
Previamente a 1917, el antiguo Imperio ruso se regía bajo
un régimen zarista, autocrático y represivo desde hacía tres siglos cuando, en
1613, se instauró en el país la Dinastía Románov.
La abolición de la servidumbre promulgada en 1861 por
parte del zar Alejandro II fue la primera muestra de las fisuras del antiguo
sistema feudal. Una vez liberados, los antiguos siervos se desplazaron a las
ciudades, convirtiéndose así en mano de obra industrial.
A comienzos del siglo XX, el desarrollo de la industria
rusa era cada vez mayor, favoreciendo el crecimiento de las ciudades y una
creciente efervescencia cultural: el antiguo orden social se tambaleaba,
agravando las dificultades de los más pobres. Las industrias florecían y la
creciente clase obrera se aglutinaba principalmente en las ciudades, pero la
prosperidad del país no había representado beneficio alguno para la mayoría de
la población.
La economía en su conjunto seguía siendo arcaica. El valor
de la producción industrial en 1913 era dos veces y media menor que el de
Francia, seis veces menor que el de Alemania y catorce veces menor que el de
Estados Unidos. La producción agrícola continuaba siendo deficiente y la falta
de transportes paralizaba cualquier intento de modernización económica. El PIB
per cápita en aquella época era inferior al de Hungría o al de España y,
aproximadamente, suponía una cuarta parte del de Estados Unidos. Además, el
país estaba dominado sobre todo por capital extranjero, poseyendo este casi la
mitad de las acciones rusas. El proceso de industrialización fue violento y mal
aceptado por los campesinos, que habían sido bruscamente proletarizados. La
clase obrera naciente, aunque numéricamente pequeña, se concentraba en las
grandes zonas industriales, lo que facilitó la creciente conciencia
revolucionaria.
El Imperio Ruso seguía siendo un país esencialmente rural.
Si bien una parte de los campesinos, los kuláks, se había enriquecido y
constituido una especie de clase media rural con el apoyo del régimen; el
número de campesinos sin tierra había aumentado, creando así un auténtico
proletariado rural receptivo a ideas revolucionarias. Incluso después de 1905,
un diputado de la Duma señaló que en muchos pueblos, la presencia de chinches y
cucarachas en los hogares se percibía como signo de riqueza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario